Federalismo viene de la palabra latina “foedus”, es decir, alianza. 

Un sistema federal de gobierno consiste en una vinculación de entidades políticas, autónomas e independientes (Estados Federativos o provincias), en donde las partes que la forman, cediendo su soberanía, crean otro cuerpo político independiente de ellas, que las une, el Estado Federal. Las competencias, atribuciones, facultades y potestades estarán determinadas por una Constitución Nacional, que representa la unión indisoluble en un solo Estado. 

No hay una Teoría General del Federalismo. Cada estado o nación fue construyendo su propia organización federal. El régimen federal de Gringolandia tiene un origen racionalista y clasista, es el resultado de las ambiciones económicas del nuevo poder hegemónico. Los comerciantes y agricultores que se vienen enriqueciendo, la utilización de los recursos por decisión propia, la necesidad de la expansión territorial para el desarrollo de su régimen económico capitalista, necesariamente, los obligaba a decidir por un sistema de gobierno descentralizado. Ya habían experimentado que un régimen centralizado, como lo fue la Monarquía Británica, era un factor de permanente tensión. 

En la América Hispana, el federalismo tiene raíces que se remontan a la evolución social, económica y política del Imperio Español. Nace con el Cabildo hispano, y se termina fraguando en los últimos años del Virreynato y los primeros años de vida independiente de las nuevas Repúblicas. Después de las emancipaciones, el poder se centraliza en base a las teorías europeas que surgen con el Congreso de Viena (1815). Solo en Argentina y México, las resistencias de las provincias a ceder autoridad política, impedirán que estas concepciones se establezcan. 

En consecuencia, nuestra Doctrina Federal, o federalismo, no es como el ideologismo liberal o el socialismo o progresía europeísta, fabricaciones de laboratorios académicos que buscan amoldar el libre albedrío del ser humano a una serie de premisas que prometen, a futuro, la riqueza de las naciones o la felicidad de los pueblos. Tampoco es una derivación de Gringolandia y su Constitución de 1787 o de las publicaciones del “Federalista” de Hamilton, Madison y Jay. 

El federalismo rioplatense tuvo por finalidad la autodeterminación de los pueblos, la defensa de sus diferentes culturas y tradiciones, estableciendo límites al poder porteño, con los debidos pesos y contrapesos para un equilibrio y armonía entre las partes. 

Las provincias argentinas ya contaban con una tradición de autogobierno con los Cabildos. A pesar de las reformas administrativas de los Borbones sus competencias se mantendrán. Estos ayuntamientos, o municipios, se convertirán en las ciudades capitales de las nuevas provincias con sus propias Constituciones. Sin embargo, esta experiencia concluye en la batalla de Cepeda de 1861, donde la traición de Urquiza le permitirá al anti-hispanista y atlantista Bartolomé Mitre aplastar al federalismo rioplatense, e imponer un régimen centralista desobedeciendo los mandatos de la Constitución Federal de 1852. Situación que los gobiernos subsiguientes mantendrán. 

Fuente: La trinchera federal