Notas de Opinion

"LA INTOLERANCIA DE LOS “MODERNOS” por Emanuel Bibini

Reflexión

La intolerancia siempre se disfrazó bajo un travestido traje de bondad. La censura tiene el componente clave de hacerse ver como necesaria en base a una verdad planteada que no puede ser discutida. La aceptación, ante los avances totalitaristas, de una parte de la sociedad —no pequeña—, viene, no tanto por convicción cuanto por temor. Aquel que no se pliegue a los estándares que este siglo, y precisamente estos tiempos demanden y pregonen como verdades absolutas, ya no corre el riesgo, sino que puede tener la certeza de que será contado por malvado (malvado se puede suplantar aquí por cualquier término peyorativo utilizado en estos tiempos). En el catolicismo del Siglo de Oro español (XVIII), con la contrarreforma, este malvado sería un hereje (a quien en algunos casos aguardaba una terrible muerte en la hoguera), en el islam radical, antiguo y actual, un infiel. El método preferido para asesinar de estos grupos es la decapitación. En la actualidad argentina, lo más parecido a una secta totalitaria son los colectivos de gente que, alegando una superioridad intelectual respecto de sus compatriotas, se colocan a sí mismos en un pedestal, aunque el pedestal sea de cartón y se encuentre susceptible de destrozarse en cualquier momento. Debemos contemplar cómo, la burguesía pasó a hacer “revoluciones”, desde los barrios más caros de la Capital, a través de las redes sociales. Cómo es posible que hablen en nombre de los pobres, estando alejados de esa realidad no solo de manera personal, sino en la propia observación de los problemas. En esto no puedo evitar recordar que, corriendo el año 2018, cuando la Argentina debatía sobre el asunto del aborto, realizaron una encuesta en la Villa 31 sobre ese tema. El resultado fue que la mayor parte de las mujeres de aquel barrio de emergencia no estaban de acuerdo con la práctica abortiva. Derribando el argumento burgués de que “si el aborto no es legal mueren las mujeres pobres”. Quedó en claro qué sectores de la sociedad reclamaban la legitimación del aborto. Y que no eran precisamente las mujeres pobres. Manipularon constantemente la información, conformaron un discurso único, recibieron dólares del extranjero — resulta extraño que la supuesta “izquierda”, y el ala “justicialista”, e incluso los “radicales” hayan militado eso—, se inyectaron e inyectaron en el resto más odio del que tenían, y terminaron logrando su cometido en el 2020. Apenas legalizado el aborto, ya recibimos las trágicas noticias (cosas que algunos veníamos advirtiendo desde antes) que mostraban que no era tan “seguro”. Por supuesto que las que militaron el aborto a capa y espada no dicen nada cuando ahora, siendo el aborto “legal” (lo entrecomillo porque la legalidad del aborto en nuestro país tiene muchísimos problemas con la Constitución Nacional y los tratados internacionales), mueren mujeres en medio de dicha práctica. Ante estos embates ideológicos que abarcan a todos los medios de comunicación, que parecen desesperados por cumplir con su agenda globalista de destruir las culturas, las mujeres de este país tienen que soportar que una ministra, cuyo rol no se sabe muy bien cuál es (como el de otros muchos ministros), les diga que en realidad, —y aunque no fueron estas las palabras que usó—: todos los hombres que ellas conocen son unos perversos y que, la violencia contra las mujeres (en el caso al que hacía referencia la ministra se trataba de una violación en grupo) no es una conducta de algunos inadaptados, sino todo lo contrario. Que en esencia esa es la conducta normal del hombre en sociedad. Lo cual es una aberración. Un insulto, no solo a todos los hombres, sino a la sociedad, y de ese modo ofende a millones de mujeres que no conciben la vida en una absurda e inexistente guerra entre los dos sexos. ¿No es curioso que quien le haya pedido que renuncie sea una mujer? Las idioteces que dijo en una red social carecen de argumento operatorio, no tienen ningún sustento científico y, además, son irresponsables. Y las contradicciones se presentan dentro de sus propias afirmaciones. ¿No es ella funcionaria de un gobierno presidido por un hombre? Ese es el gran error de querer resolver lingüísticamente problemas que no subyacen en el lenguaje. Si las afirmaciones de la ministra fueran ciertas, y se tratara de una cuestión socialmente aceptada, el caso no hubiera generado la indignación que efectivamente generó. El ordenamiento jurídico no tolera las violaciones, la sociedad tampoco. Una prueba cabal de esto que acabo de afirmar respecto de las cuestiones del lenguaje es, por ejemplo, el macabro crimen hacia un niño de parte de su madre y su pareja (ambas mujeres homosexuales y militantes feministas). ¿Cómo se explica esto desde la lógica de que lo malo solo nace del sexo masculino no “deconstruido”?, sencillamente, bajo esa cosmovisión, no se puede explicar. Tal vez eso justifique el silencio de las militantes feministas respecto de ese hecho, teniendo en cuenta que ante cualquier cosa que ocurra, independientemente de que se sepa quiénes son los responsables o no, inundan las redes dando clases de educación cívica. En efecto, plantear que los hombres son malos por pertenecer al sexo masculino, o que las mujeres son malas por pertenecer al sexo femenino, son ideas ridículas que no tienen ningún sustento. Las unas, desde un feminismo cada vez más radicalizado. Las otras, desde un machismo estúpido. Pero ambas corren en caminos paralelos. Sin embargo, por ridículas no dejan de ser peligrosas, porque estas afirmaciones comparten la matriz irracional con los movimientos racistas e intolerantes que otrora causaron tantos males. Por tango, el feminismo radical no se diferencia demasiado de la Iglesia Católica del siglo XVIII, está más cerca de la inquisición que de las brujas. Lo que ellas piensan de los hombres no está muy alejado de lo que un musulmán radical piensa de las mujeres, ni de lo que un fascista piensa de un socialista. Ojalá el dinero de ese ministerio, que dice ser de la mujer, fuera destinado a sacar a las mujeres de la pobreza, y a las que sufren violencia brindarles la atención y seguridad que necesitan, cosas que en este país suelen llegar tarde. Si es que llegan.

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